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Locura (CDV)


Si en los caminos de la vida,

me cruzara con el destino....

y en una pregunta me dijera;

que quiero para mi vida

sin dudarlo respondería;

quisiera omnipotencia,

para lograr cordura,

o si no, amnesia,

para olvidar locura,

locura que siento 

y no es una absurda,

locura que me invade,

sin educacion alguna,

locura por lo de antes,

locura que perdura,

que desesperada corre,

por estas venas mías,

locura que no perdona,

mis faltas cometidas....

y si el no me concediese,

ninguna de ambas cosas,

a Dios supremo,pediria...

resignación para aceptar;

lo que me toca en esta vida.

¿Que es la locura?


A mucha gente se le pueden ocurrir multitud de definiciones, pero ahora conoceremos más de las causas por las que enfermos como Pablo de Tarso, estando locos de atar, triunfaron en la vida. Esta es la colaboración que nuestro amigo Julen Rossi nos manda (con el título “¿Son o se hacen?”):

¿Cómo hacen los psiquiatras para distinguir fehacientemente la locura verdadera de la fingida? No es un hecho menor en los estrados judiciales, cuando puede haber una muerte de por medio, y una “alegación de locura” por parte de la defensa. La Psiquiatría Forense ha ido avanzando en los últimos años al compás de los avances en Neurobiología y en Medicina de la Mente. Hoy existen técnicas psiquiátricas confiables. Pero no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que los hospitales psiquiátricos andaban casi todo el tiempo a oscuras en temas de la mente. Un experimento, ideado por un brillante y joven psiquiatra del siglo pasado, ayuda a ver un poco la realidad de ese tiempo; se llama el “Experimento Rosenhan“. En él se relata cómo se presentan 5 hombres y 3 mujeres, por separado, en la admisión de diversos hospitales psiquiátricos estadounidenses, manifestando sufrir alucinaciones auditivas. Al poco de ingresar manifestaban que los síntomas se les habían retirado, no obstante lo cual fueron medicados y quedaron internados, en promedio por cinco semanas. El final de la internación era previsible: “los ocho pacientes” habían sido entrenados para fingir los síntomas, pasar por locos, retener medicamentos en la boca sin tragarlos, y escupirlos cuando nadie los viera.

La conclusión parecía contundente: Los especialistas en tratar con la locura eran incapaces de distinguir entre “los que son” y “los que se hacen”. Con ello, el psicólogo David Rosenhan, creador del experimento, demostraba lo deshumanizante y estigmatizador que puede ser el sello de un diagnóstico psiquiátrico y, por otra parte, la aparente imposibilidad de distinguir “objetivamente” entre unos síntomas reales y otros fingidos.

Hubo una segunda parte del experimento: Rosenhan avisó a los Psiquiátricos (los anteriormente burlados) que, mezclados entre los enfermos “genuinos” que ingresasen en los meses siguientes, enviaría algunos “falsos”, para ver si ahora los podían distinguir: En esta ocasión los Hospitales detectaron 41 “falsos enfermos” entre una gran cantidad de “verdaderos enfermos”…¡¡Pero el pícaro Rosenhan reveló no haber mandado ninguno en ese “envío”!! Los “falsos positivos” fueron un cachetazo en la otra mejilla de la Psiquiatría de ese tiempo.

Tanto una fiebre, como las hemorragias, las contusiones, erupciones o una inflamación, o una alteración en el pulso, y trastornos en los signos vitales, tienen una clara manifestación física; pero las manifestaciones objetivas de la enfermedad mental solo se dan en la conducta, o en el lenguaje. Aunque resulta obvio que a ese cuerpo “algo” le sucede, el síntoma en general no se da dentro de él, sino en la vida social. Ni siquiera podemos decir que sea “ambiental”, como en enfermedades del cuerpo: es “social”, porque no siempre se ve alterada una función biológica, pero siempre hay una conducta valorizada negativamente, y estigmatizada por la sociedad. Es correcto cuando decimos finalmente “Esta sociedad en que estoy viviendo me va a volver loco”. La frase es intuitiva, pero acertada sin duda. Como sociedad somos el origen de nuestras propias locuras. Desde ya que debe haber un equilibrio en nuestra vida en sociedad. Las grandes ciudades suelen ser “alienantes”, pero también se vuelve loco el que queda varado en una isla solitaria sin ningún contacto humano

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