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Liberalismo (Vargas Llosa)

La palabra de moda es liberal. Pasa con ella lo que, en los sesenta, con las palabra socialista y social, a las que todos los políticos y los intelectuales se arrimaban, pues, lejos de ellas, se sentían en la condición de dinosaurios ideológicos. El resultado fue que como todos eran socialistas o, por lo menos, sociales o socialdemócratas, social cristianos, social progresistas” aquellas palabras se cargaron de imprecisión. Representaban tal mezcolanza de ideas, actitudes y porques que dejaron de tener una significacion precisa y se volvieron estereotipos que adornaban las solapas oportunistas de gentes y partidos.

Ahora todos somos liberales. Lo que equivale a nadie es liberal. Para algunos, liberal y liberalismo tienen una exclusiva connotacion económica y se asocian a la idea del mercado y la competencia. Para otros es una manera educada de decir conservador, e incluso troglodita. Muchos no tienen la menor sospecha de lo que se trata, pero comprenden, eso si­, que son palabras de fogosa actualidad poli­tica, que hay, por tanto, que emplear (exactamente como en los cincuenta habia que hablar de compromiso; en los sesenta, de alineacion; en los setenta, de estructura, y en los ochenta de perestroika).

Si uno quiere ser entendido cada vez que emplea los vocablos liberal y liberalismo conviene que los acompañe de un predicado especificando que pretende decir al decirlos. Ello es necesario para salir al fin del embrollo político-lingui­stico en el que hemos vivido gran parte de nuestra vida independiente.

Las primeras lecciones de liberalismo yo las recibí de mi abuelita Carmen y mi ti­a abuela Elvira, con quienes pase mi infancia. Cuando ellas deci­an de alguien que era un liberal, lo deci­an con un retinto­n de alarma y de admonicion. Queri­an decir con ello que esa persona era demasiado flexible en cuestiones de religion y de moral, alguien que, por ejemplo encontraba lo mas normal del mundo divorciarse y recasarse, leer las novelas de Vargas Vila y hasta declararse libre pensador. La suya era una version mas restringida, latinoamericana y decimononica de lo que es un liberal. Porque los liberales del siglo XIX, en América Latina, fueron individuos y partidos que se enfrentaban a los llamados conservadores en nombre del laicismo. Combati­an la religión de Estado y querian restringir el poder poli­tico y a veces económico de la Iglesia, en nombre de un abanico de mentores Ideologicos desde Rosseau y Montesquieu hasta los jacobinos y enarbolaban las banderas de la libertad de pensamiento y de creencia, de la cultura laica, contra el dogmatismo y el oscurantismo de la ortodoxia religiosa.

Hoy podemos damos cuenta que, en esa batalla de casi un siglo, tanto liberales como conservadores quedaron entrampados en un conflicto monotematico excéntrico a los grandes problemas: ser adversarios o defensores de la religión catolica. Asi­ contribuyeron decisivamente a desnaturalizar las palabras, las doctrinas y valores implícitos a ellas con que vest­a a sus acciones políticas.

En muchos casos excluido el tema de la religión, conservadores y liberales (latinoamericanos) fueron Indiferenciables en todo lo demás y, principalmente, en sus poli­ticas economicas, la organizacion del Estado, la naturaleza de las instituciones y la centralización del poder (que ambos fortalecieron de manera sistematica siempre). Por eso, aunque en esas guerras interminables, en ciertos paises ganaron los unos y en otros los otros, el resultado fue mas o menos similar: un gran fracaso nacional. En Colombia, los conservadores derrotaron a los liberales. Y en Venezuela estos a aquellos y eso significa que la Iglesia católica ha tenido en este Ultimo pais menos influencia poli­tica y social que en aquel. Pero en todo lo demas, el resultado no produjo mayores beneficios sociales ni económicos ni a unos ni a otros, cuyo atraso y empobrecimiento fueron muy semejantes (hasta la explotacion del petroleo en Venezuela, claro esta).

Y la razon de ello es que los liberales y conservadores latinoamericanos fueron ambos tenaces practicantes de esa version arcaica la oligarquica y mercantilista del capitalismo, a la que, precisamente, la gran revolucion liberal europea transformo de rai­z. Al extremo de que, en muchos paises, como el Peru, fueron los conservadores, no los liberales, quienes dieron las medidas de mayor apertura y libertad, en tanto que en la economía estos practicaron el intervencionismo y el estatismo.

Lo cierto es que el pensamiento liberal estuvo siempre contra el dogma contra todos los dogmas, incluido el dogmatismo de ciertos liberales pero no contra la religión católica ni ninguna otra y que mas bien la gran mayori­a de filósofos y pensadores del liberalismo fueron y son creyentes y practicantes de alguna religión. Pero si se opusieron siempre a que, identificada con el Estado, la religión se volviera obligatoria: es decir, que se privara al ciudadano de aquello que para el liberalismo es el mas preciado bien: la libre elección. Ella esta¡ en la raíz del pensamiento liberal, así como el individualismo, la defensa del Individuo singular de ese espacio autónomo de la persona para decidir sus actos y creencias que se llama soberanía, contra los abusos y vejámenes que pueda sufrir de parte de otros individuos o de parte del Estado, monstruo abstracto al que el liberalismo, premonitoriamente, desde el siglo XVIII señalo como el gran enemigo potencial de la libertad humana al que era imperioso limitar en todas sus Instancias para que no se convirtiera en un Moloch devorador de las energías y movimientos de cada ciudadano.

Si la preocupación respecto al dogmatismo religioso ha quedado anticuada desde una perspectiva latinoamericana, en la que un laicismo que no dice su nombre avanza a grandes zancadas desde hace décadas, la critica del Estado grande como fuente de injusticia e ineficiencia de la doctrina liberal tiene en nuestros paises vigencia dramatica. Unos mas, unos menos, todos padecen un gigantismo estatal del que han sido tan responsables nuestros llamados liberales como los conservadores. todos contribuyeron a hacerlo crecer, extendiendo sus funciones y atribuciones, cada vez que llegaban al gobierno, porque, de ese modo, pagaban a su clientela, podi­an distribuir prebendas y privilegios, y, en una palabra, acumulaban mas poder.

De ese fenómeno han resultado muchas de las trabas para la modernización de América Latina: el reglamentarismo asfixiante, esa cultura del tramite que distrae esfuerzos e inventivas que deberi­an volcarse en crear y producir, la inflación burocrática que ha convertido a nuestras instituciones en paquidermos ineficientes y a menudo corrompidos; esos vastos sectores públicos expropiados a la sociedad civil y preservados de la competencia, que drenan inmensos recursos a la sociedad, pues sobreviven gracias a cuantiosos subsidios y son el origen del crónico déficit fiscal y su correlato: la Inflación.

El liberalismo esta¡ contra todo eso, pero no esta contra el Estado, y en eso se diferencia del anarquismo, que quisiera acabar con aquel. Por el contrario, los liberales que no solo aspiran a que sobrevivan los estados sino a que ellos sean lo que precisamente no son en America Latina: fuertes, capaces de hacer cumplir las leyes y de prestar aquellos servicios, como administrar Justicia y preservar el orden publico, que les son inherentes. Porque existe una verdad poco menos que axiomatica y muy difícil de entender en pai­ses de tradición centralista y mercantilista: que mientras mas grande es el Estado, es mas débil, mas corrupto y menos eficaz.

Es lo que pasa entre nosotros. El Estado se ha arrogado toda clase de tareas, muchas de las cuales estarían mejor en manos particulares, como crear riqueza o proveer seguridad social. Para ello ha tenido que establecer monopolios y controles que desalientan la iniciativa creadora del individuo y desplazan el eje de la vida económica del productor al funcionario, alguien que, dando autorizaciones y firmando decretos, enriquece, arruina o mantiene estancadas a las empresas. Este sistema enerva la creación de riqueza, pues lleva al empresario a concentrar sus esfuerzos en obtener prebendas de poder poli­tico, a corromperlo o aliarse con el, en vez de servir al consumidor. Pero ademas, el mercantilismo provoca una progresiva perdida de legitimidad de ese Estado al que el grueso de la población percibe como una fuente continua de discriminación o Injusticia.

Este es el motivo de la creciente informalizacion de la vida y de la economi­a que experimentan todos nuestros países. Si la legalidad se convierte en una maquinaria para beneficiar a unos y discriminar a otros. Si solo el poder económico o el pol­itico garantizan el acceso al mercado formal, es lógico que quienes no tienen ni uno ni otro trabajen al margen de las leyes y produzcan y comercien fuera de ese exclusivo club de privilegiados que es el orden legal. Las economi­as Informales parecieron durante mucho tiempo un problema No lo son, sino, mas bien, una solución primitiva y salvaje, pero una solución, al verdadero problema; el mercantilismo, esa forma atrofiada del capitalismo, resultante del sobre dimensionamiento estatal. Esas economi­as informales son la primera forma y es significativo que sean una creación de los marginados y pobres aparecida en nuestros países de una economi­a de libre competencia y de un capitalismo popular.

Este es el mas arduo reto de la opción liberal: adelgazar drasticamente al Estado, ya que esta es la mas rápida manera de tecnificarlo y de moralizarlo. No solo se trata de privatizar las empresas publicas devolviéndolas a la sociedad civil; de poner fin al reglamentarismo kafkiano y a los controles paralizantes y al régimen de subsidios y de concesiones monopólicas y, en una palabra, de crear economías de mercado de reglas claras y equitativas, en las que el éxito y el fracaso no dependen del burócrata, sino del consumidor. Se trata, sobre todo, de desestatizar unas mentalidades acostumbradas por la practica de siglos pues esta tradición se remonta hasta los Imperios prehispánicos colectivistas en los que el individuo era una sumisa función en el engranaje Inalterable de la sociedad a esperar de algo o de alguien el emperador, el rey, el caudillo o el gobierno la solución de sus problemas, una solución que tuvo siempre la forma de la dádiva.

Sin esa desestatizacion de la cultura y la psicología, el liberalismo sera¡ letra muerta.

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