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domingo, 30 de octubre de 2011

La vida misma (por Juan Antonio)

Mi vida es como una lluvia en calma
Que se desliza lentamente
por entre las hojas, corre;
trazando infinidad de sueños,
inmensidad de golpes.
Mi vida como el tren que espera
en una estación a la deriva
donde cada riel que parte
es norte que sólo desvía.
Mi vida es el relicario ese
del que su foto se ha perdido
y no puede más que hallarse
en lo inmenso de su vacío.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando los seres humanos no estaban tan fijados en sus cuerpos físicos como están hoy, vivía un hombre (¿o era una mujer?) que se hizo una máscara maravillosa, una máscara que podía poner muchas caras.
El hombre se ponía la máscara y se entretenía acosando repentinamente a la gente y observando sus reacciones. A veces la máscara estaba riendo, a veces llorando, a veces haciendo muecas y frunciendo el ceño. Sus víctimas siempre quedaban impactadas al ver una cara tan extraordinaria, antinatural y desconocida, aun cuando estuviese sonriente. Pero para él no hacía ninguna diferencia que ellos se rieran o lloraran. Todo lo que quería era la excitación de sus reacciones. Sabía que era él mismo detrás de la máscara. Sabía que él era el bromista y ellos el objeto de la broma.
Al principio, salía por un rato con la máscara puesta, un par de veces al día. Luego, como se acostumbró a la excitación y quería más, empezó a dejarse la máscara todo el día. Finalmente, no viendo la necesidad de sacársela para nada, dormía con ella puesta.
Durante años, el hombre anduvo errante por la tierra, disfrutando detrás de la máscara. Hasta que un día se despertó con un sentimiento que nunca había sentido antes: se sentía solo, separado, algo le faltaba.
Se levantó bruscamente, alarmado, y se paró frente a una hermosa mujer, e inmediatamente, se enamoró de ella. Pero la mujer dio un alarido y salió corriendo, impactada por el rostro aterrador y desconocido.
“¡Deténte! ¡Yo no soy esto!”, gritó él, retorciendo la máscara para arrancársela.
Pero era él. La máscara no salía. Estaba pegada a su carne. Se había vuelto su rostro.
Este hombre, por medio de su máscara fabulosa, fue la primera persona que entró a este mundo infeliz.
Pasó el tiempo. Por más duramente que trató de decirles a todos el desastre que se había causado a sí mismo, nadie le creía. Y, de todos modos, nadie estaba interesado en escucharlo porque todos lo habían copiado. Todos se habían puesto sus propias máscaras para lograr la nueva excitación de jugar a ser lo que no eran. Al igual que él, todos se habían vuelto la máscara.
Pero ahora, algo peor había sucedido. No sólo se habían olvidado de la broma y el bromista sino que también se habían olvidado de cómo vivir alegremente, como el ser detrás de la máscara.
Cómo fue que el hombre, con el tiempo, puso un punto final a la mascarada y volvió a su ser dichoso, es el final de la historia, porque todas las fábulas deben tener un final feliz. Sin embargo, solamente cuando tú, estés alegre y libre de infelicidad ahora (que es en cualquier momento) la historia terminará verdaderamente. Porque tú eres el hombre o la mujer con la máscara.
La máscara que estás usando es tu personalidad. Mira en el espejo del baño: es ésa. Observa las caras que pones. A veces aprobando, a menudo desaprobando. La verdad es que no puedes creer que eres tú. Entonces miras en todos los espejos por los que pasas, hasta en las vidrieras de los negocios, para asegurarte y confirmarte que eres tú.
A veces hasta tienes el sentimiento extraño e irracional de querer sacarte la máscara, ¿no es así? Esto no es inusual. Sólo que a la gente no le gusta hablar de ello, suena tonto. Pero cuando empiezas a ser honesto, no es tan tonto, ¿no?
La carga más grande que estás llevando en tu vida es tu personalidad: la tensión de la simulación. Mantener la simulación te aplasta y te chupa la vida.
Culpas a muchas cosas por la sensación de pesadez y falta de vida. Culpas a tu trabajo, a tus relaciones, a tu dieta, a tus problemas. Y sin embargo es tu personalidad la que te ha separado de tu alegría y vitalidad naturales.
La personalidad te vuelve preocupado y emocional. Es la causa de tus humores y dudas de ti mismo, tus depresiones y tus momentos de miseria. Confunde tu mente. Es temerosa del futuro y está llena de culpa o remordimiento por el pasado. Se pone apática, aburrida e inquieta con el presente. Es la sombra insospechada que se desliza entre tú y tu pareja. Es la astucia y la suspicacia en los ojos. Vive de toda clase de estímulo: bueno y malo, depresión y excitación.
Y tiene un profundo temor de ser desenmascarada, descubierta como la falsa y aguafiestas que es.
La personalidad es el rostro de la deshonestidad.
¿Reconoces algunos de estos síntomas en ti?
Entonces estás listo para empezar a desmantelar la personalidad. Digo desmantelar porque la personalidad es un “manto”, una capa . Y has arrojado el manto de la personalidad alrededor tuyo, para escudarte de lo desagradable del mundo y lo dañino de la gente.
Has hecho de la personalidad tu protector. Has cedido gran parte de tu autoridad. Entonces la personalidad salta en tu defensa inmediatamente cuando te sientes herido, amenazado o criticado. Golpea duramente por ti, con palabras agudas o hirientes. A veces te sobresaltas ante su violencia e insensibilidad. Pero, por otro lado es tu campeón, tu defensor. Entonces disculpas y sigues mansamente su conducta, a menudo pasmosa. El taimado protector, al darle poder absoluto, se vuelve el dictador absoluto y te desesperas porque sientes que nunca serás libre.
La verdad es que no tienes necesidad de esta protección. La personalidad es como un matón en la escuela, a cuya pandilla te uniste alguna vez para mayor seguridad. Después, cuando ya has crecido, viene y te convence de que todavía lo necesitas. Puede hacer esto porque, sin saberlo, albergas todo el dolor de ayer: los viejos miedos y las heridas de tu infancia, de tu juventud y de tu vida adulta. El matón, conociendo tu miedo, no te dejará solo. Y te aterroriza perder su protección.
Sin embargo, la personalidad tiene su lugar y su rol. Es un amo muy malo, pero es un buen sirviente. No se le debe permitir al sirviente que rija tu vida. Ya la ha confundido lo suficiente.
Todo lo que percibes que está equivocado en el mundo es el resultado de la personalidad de alguien. De hecho, el mundo mismo fue construido por la ignorancia de la personalidad. Es por eso que el mundo es un lugar tan cruel, explotador y deshonesto comparado con la belleza y la integridad de la Tierra y la naturaleza. Tal como la personalidad vive de ti y consume tus recursos, así está el mundo agotando los recursos de la Tierra.

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